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Foto: Camila Toledo. |
Nació en Mendoza, en 1932. Publicó, entre otros libros, Las
dulces moscas (1967), Cosecha embrujada (1992), Vuelo terrestre (1998), La
sombra del amor (2002) y Johanes Vermeer. Confesiones (2013). Editó el CD El
tango del Che y otros poemas (2007), junto con Roberto Battistón y Walter
Anselmi. En 1971 estrenó el mediometraje La sangre sangra, en colaboración con
Rubén Espinosa. En 2016 se publicó una Antología poética, que repasa el
conjunto de su obra en verso.
* * *
El hombre invisible
Hemos perdido el calor del rebaño,
olvidado a los dioses y su sombra.
Pagaremos por ello, como griegos sin oráculo.
El hombre, ¿enciende el fuego, cuida
la lumbre y el ganado, calienta su cuerpo y su deseo?
La noche y su soplo de ceniza
apaga la mirada del tigre,
el vuelo, el vuelo del viento entre los árboles,
la brizna y su tiempo muerto.
Todo sucede sin memoria;
es la hora del hombre invisible,
del hombre sin espejo,
arrodillado en las horas descalzas.
Nadie cuida la llama que se apaga.
De su sueño han huido el toro,
su arco y las flechas del aire en la hierba;
nada para llevarse a la tumba,
cuando los días concluyan en su pecho
y el bisonte perdido en la cueva de su alma.
Nunca más el trote, el trote verde
de la muerte entre la risa de los jóvenes.
Con qué soñar, en esta noche arrepentida.
El hombre invisible camina solo
en la ciudad invisible.
El gran hermano lo espera
en la pared-pantalla.
Aprieta el botón de la infancia;
menos mal, porque ya no recuerda nada,
ya nadie recuerda nada.
El mar según Dylan
Thomas
De la granja al mar, de su dorado
trino de manzanas, hay apenas
un prado y un bosque,
que el niño mide con
el viento.
Siente su aliento de estaciones
muertas,
su fatigado golpe en las rocas
y el aire salobre entre sus
labios.
Como un pequeño rey,
se sienta en su trono de piedra
y larga su caña hacia arriba,
al infinito.
El mar y el cielo se unen
a la distancia.
Cierra los ojos y lo respira;
ahí viene, avanzando con su ballena
blanca,
sus naves vikingas y el
perfume
de la noche de Tánger;
con su caballo a la carrera,
con el marino sin taberna
y su ginebra viajera.
Con sus peces dormidos,
con sus algas de espanto,
con su carga de tabaco ausente;
con la seda en penumbra
y la noche ciega de los esclavos.
Cuando abre los ojos, el mundo
de caracolas y de espejos
se abandona en la mañana
infinita.
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