Osvaldo Picardo nació en Mar del Plata en 1955. Es poeta y ensayista. Publicó: Apenas en el mundo (Ed. de autor, 1988), Dejar sin ventanas la verdad (Hojas de Sudestada, 1993), Quis, quid, ubi. Poemas de Quintiliano (Ed Martin, 1997), Primer mapa de poesía argentina. Solicitudes y urgencia. El noroeste: La Carpa y Tarja (FNA, Bs.As., 2000), The love poems, de James Laughlin (Martin, MdP, 2001), Una complicidad que sobrevive (Ed. Martin, 2001), Mar del Plata (Ed.Martin, 2005), Pasiones de la línea (Poemas de Nicolás de Cusa) (Ed. En Danza, Buenos Aires, 2008), Mar del Plata seguido de Otros Lugares y Viajes (Ediciones de la Universidad Nacional del Litoral, 2012), 21 gramos (Buenos Aires, Ediciones en Danza, 2014), Poesía de pensamiento. Una antología argentina (Madrid, Endymion, segunda edición, 2015).
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Algo ante lo que nada mayor puede concebirse
No son sino algunos pocos los restos
que el tiempo que todo lo arruina
entrega a una insuperable perfección.
En Pompeya todavía se muestran
dos cuerpos unidos haciendo el amor,
un día de agosto del año sesenta y nueve.
Parecen estar demorados
en la absoluta coincidencia de la piedra.
El hueco que dejaron la carne y los huesos
fue modelado en yeso. Una copia
donde brazos y piernas bailan el latido final
en el aire endurecido de pronto como una roca.
Un río de lava y antes gases y cenizas
ahogaron la sólida casa y el gemido.
Había, seguro, tiempo para espantarse
y correr sin suerte uno detrás del otro.
Tan imposible es arrancar estos dos cuerpos
de su largo abrazo como dejar de sentir
el terrible placer que hay en su origen.
Alguien escribe en la arena con los restos que trae el mar
El mar trae maderas rotas, algas
y desechos de la marejada de anoche.
A varios metros, un diario de otra fecha
abre las alas manchadas
en yerba y crónicas policiales.
Vuelvo a ver fotos de una isla
hecha de bolsas y botellas de plástico.
No me cuesta imaginarla
en su colorida totalidad, en el Atlántico,
junto a cadáveres de tortugas
y delfines ahogados.
El diario finalmente se desploma
haciendo círculos dantescos
mientras un carguero negro
flota y espera para entrar al puerto.
Dado vuelta, así como cayó,
parece escrito en otro idioma
semejante a los ideogramas
de los blancos esqueletos de las carpas
sobre el fondo gris de la bruma.
Grabaría inútilmente
el sonido húmedo de mis pasos,
el graznido de mis ojos
detrás de las caprichosas nubes.
Y a salvo, ahí,
pudiera juntar uno a uno, algún día,
los incomprensibles pedazos del mar.
(de 21 gramos)
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