Nació en Paso de los Libres (Corrientes), en 1964. Es autor de: Unos días (1992), El fin del verano (1999), La demora (2003), El lado ciego (2005), Materia (2010), Narración (2013), Velocidad crucero (2014) y Un western del frío (2015). También publicó la antología Presente continuo (2010), las plaquettes Una historia oscura (1999) y La hiedra de la constancia (2008). Sus poemas aparecieron en antologías argentinas y latinoamericanas. Realizó la compilación y el prólogo de Una experiencia del mundo, de César Vallejo (Excursiones, 2016). Ejerció el periodismo cultural. Forma parte del staff de la revista Op. Cit. Se desempeña como docente de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Buenos Aires. Este año se publicará el libro de ensayos El empleo del tiempo. Poesía y contingencia (El Ojo del Mármol).
* * *
Parrilla
Sobre el fin de la calle
rumbo al cuartel
hay un asador:
es verano
pero corre una pequeña
brisa.
Mi padre
mi madre
nuestros hermanos
disfrutan de la cena
familiar
al aire libre.
No hay nada que temer
estamos abrazados por el campo
el mundo acontece en ese punto
minúsculo del universo. Tengo
seis años. Conozco
todo
lo que me circunda.
Somos libres
en el lugar.
Mi padre es feliz;
se rodea de sus hijos
de su mujer
tiene información suficiente
para proveernos
durante algunos años:
axiomas, libros, narraciones
de adolescencia.
Ahora que
su muerte es fresca
y reciente, recreo el instante
en que mi padre
distribuye la carne,
las achuras, las ensaladas
en derredor.
Mi madre lo roza con los ojos
y deliberadamente
lo deja hacer
deja que su fuerza crezca
allí, en ese punto
minúsculo del universo.
(de Materia, Vox, 2010; La Sofía Cartonera, 2012)
Milimétrica
para C.
¿Qué será de este momento?
apoyamos los pies
en arenas movedizas
sé
por algún motivo
que nuestra fuerza
o nuestra voluntad de amor
–ese conjunto atribulado
de palabras–
quiere ser más de lo que puede.
En ese ideal
avanzamos
un poco ciegos,
iluminados
por una extraña fe.
“Señor, dios antiguo del amor
¿es posible rezar
en el constante sobresalto?”
Esa frase
que soñé
estampada
en un muro medieval
aún me mueve.
Sin demasiadas evidencias
conocen
los amigos, los seres queridos,
que el peligro acecha, pero más
el ahogo
por el callado cataclismo
del ser más frágil,
el más amado.
¿Cómo se hace aquí, ahora?
La mujer que más lo ama
lo arrulla con manos que no alcanzan
a trazar
siquiera
un límite
a tanta inundación.
Esa mujer
sin plegarias, despojada
de todo misticismo,
sostiene su fe
encendida de amor
en su caricia milimétrica
que nada puede ni podrá.
La mujer que más lo ama,
y que más lo acaricia,
respira
absorbe el aire con su cuerpo
así alcanza –dice–
así está bien
para dotar de significado
a las cosas incomprensibles del mundo.
(de Una mañana boreal, a editarse en Club Hem, inédito)
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